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¡Cuidado con considerar rápido y sin atención al pecado!
En el momento de la conversión, la conciencia se enternece tanto que nos espantamos aún del más leve pecado.
Los recién convertidos tienen una santa timidez y un gran cuidado de no ofender a Dios.
Pero, ¡ay!, muy pronto la hermosa frescura de estos primeros frutos maduros, desaparece por el duro trato del mundo que los rodea.
La muy sensible planta de la fe nueva se va transformando en un sauce a medida que pasa la vida, demasiado flexible, demasiado fácil de doblar.
Esta es la triste verdad: que aún el cristiano puede endurecerse gradualmente y que el pecado que una vez lo espantaba, ahora ni siquiera lo alarme.
Los hombres poco a poco se amigan con el pecado.
El oído acostumbrado al estampido del cañón no escuchará los sonidos suaves.
Al principio, un pecado leve nos espanta, pero pronto decimos: ¡Bah, es un pecado insignificante!
Luego cometemos otro mayor, y después otro, hasta que de a poco llegamos a considerar el pecado como un mal sin importancia.
Entonces sigue este pensamiento inútil: No hemos caído en pecados escandalosos –decimos-; cometimos un pequeño desliz, es cierto, pero en lo más importante nos portamos bien.
Habremos, quizás, pronunciado una mala palabra, pero la mayor parte de la conversación fue de acuerdo con lo que decimos que somos.
Así afirmamos que esta bien el pecado, le echamos un manto encima y lo calificamos con nombres delicados.
¡Cuidado, cristiano, con pensar livianamente acerca del pecado!
¡Ten mucho cuidado de no caer poco a poco!
¿Es el pecado poca cosa?
¡Fue él quien cubrió la cabeza del Redentor con espinas y traspasó su corazón; fue él quien le hizo sufrir angustias, amarguras y lamentos!
Si pudieras pesar el más pequeño pecado en la balanza de la eternidad, te alejarías de el muy rápido, como una serpiente del fuego.
No te causaría la mas mínima sonrisa sino que cerrarías los ojos fuerte y darías vuelta la cara evitando toda vista del mal.
Considera cualquier pecado como aquello que crucificó al Salvador, y verás que es sobremanera pecaminoso.
Escrito por: Charles Spurgeon
(Adaptado)
Ahora que terminaste de leer o escuchar, te recomendamos que tomes un tiempo para pensar y orar.
Si es necesario, volvelo a escuchar o leer.
Dios te bendiga grandemente.
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