Día 3: "¿Qué está conduciendo tu vida?"
“Luego observé que a la mayoría de la gente le interesa alcanzar el éxito porque envidia a sus vecinos; pero eso tampoco tiene sentido, es como perseguir el viento.”
Eclesiastés 4:4 (NTV)
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Jesús y los apóstoles nos enseñan que lo que dirige nuestra vida afecta no solo nuestras acciones diarias, sino también nuestro destino eterno.
Muchas personas son impulsadas por fuerzas como la culpa, el resentimiento, el temor, el materialismo o la necesidad de aprobación.
Estas fuerzas, aunque poderosas, conducen a un callejón sin salida, resultando en una vida sin propósito y llena de estrés.
Esta no es la vida que Jesús quiere para nosotros.
La culpa es una de las fuerzas más comunes que dirige a las personas.
Al igual que Caín, muchos se sienten atrapados por sus errores pasados y viven como "vagabundos" sin propósito (Génesis 4:12).
Sin embargo, en Cristo, podemos ser liberados de la culpa, podemos ser perdonados realmente, esto cuando creemos en Él.
La Biblia nos asegura: “¡Qué alegría para aquellos a quienes se les perdona la desobediencia!” (Salmo 32:1, NTV).
Dios nos ofrece un nuevo comienzo, independientemente de nuestro pasado.
Otra fuerza poderosa es el resentimiento. Las personas que se aferran al dolor y al enojo se dañan a sí mismas más que a aquellos que los hirieron.
El apóstol Pablo nos exhorta: “Dejen de lado toda amargura, ira y enojo” (Efesios 4:31, NTV), enseñándonos que el perdón es la clave para liberarse del pasado y avanzar hacia el propósito de Dios.
El temor también puede ser una prisión, impidiendo que vivamos plenamente el plan de Dios.
Jesús nos invita a confiar en Él y a movernos con valentía, sabiendo que “el amor perfecto expulsa el temor” (1 Juan 4:18, NBLA).
Cuando nos dejamos guiar por el amor de Dios, encontramos la libertad para ser lo que Él nos ha llamado a ser.
Vivir según los propósitos de Dios nos da enfoque y dirección.
Pablo, quien vivió una vida impactante, dijo: “Una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante” (Filipenses 3:13, NBLA).
Así, cuando conocemos nuestro propósito en Dios, nuestra vida se simplifica, se enfoca y encuentra verdadera motivación y significado, y así podemos vivir poniendo el nombre de Dios en alto.
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