Salmos 57:1-2 NBLA
Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí,
Porque en Ti se refugia mi alma;
En la sombra de Tus alas me ampararé
Hasta que la destrucción pase.
Clamaré al Dios Altísimo,
Al Dios que todo lo hace para mí.
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Si una persona no ejercita su brazo, no desarrolla el músculo del bíceps.
Si no ejercita su alma, no gana músculo en la misma, ni fortaleza de carácter, ni vigor en la fibra moral, ni hermosura en las guardias espirituales.
El ejercicio de la fe la fortalece, así como el descuido del ejercicio la debilita.
Es la constante acción del brazo la que extrae su fuerza muscular en toda su plenitud.
Si se permite a ese brazo colgar a un lado, quieto y sin movimiento, ¡qué pronto se contraerán sus ligamentos y se desvanecerá su energía!
Así sucede con la fe, que es la diestra de la fuerza del creyente; cuanto más se ejercita, más poderosa se vuelve.
Si se descuida su uso, si se le permite permanecer sin movimiento, el efecto será que su poder se marchitará.
Dios nunca coloca a sus hijos en ninguna dificultad ni les arroja ninguna cruz que no sea un llamado a ejercitar la fe.
Si la oportunidad de ejercitarla pasa sin ninguna mejora, el efecto será el debilitamiento de esta y un uso más débil de su poder en la prueba siguiente.
No olvides que cuanta más fe pongas en juego, más aumentará; cuanto más se ejercite, más fuerte se vuelve.
Algunas de las misericordias más maravillosas del pacto que llegan a la experiencia del creyente, vienen del esfuerzo en la fe.
Algunas preguntas para pensar tranquilos:
- ¿Qué verdad aprendiste hoy?
- ¿Cómo vas a orar ahora?
- ¿Qué va a modificar en tu vida lo aprendido?
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