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EL pueblo de Dios tiene sus pruebas.
Dios cuando eligió a su pueblo, no tuvo el propósito de que fuese un pueblo no probado.
Al contrario, sus componentes fueron elegidos en el horno de aflicción; nunca fueron elegidos para la paz temporal de este mundo o el disfrutar las cosas terrenales.
Nunca se les prometió que quedarían aislados de la enfermedad y de los dolores de estos cuerpos débiles.
Cuando el Señor les dio el titulo de privilegio, incluyó, entre otras cosas, el castigo, del cual inevitablemente serían herederos.
Los sufrimientos son una parte de lo que nos toca; fueron predestinados para nosotros en los decretos de Dios y asignados para nosotros en el último testamento de Cristo.
Tan cierto como que las estrellas fueron formadas por sus manos y sus órbitas fueron fijadas por él, así es cierto que las pruebas y dolores nos han sido destinados.
Dios ha puesto el tiempo, el lugar y la intensidad de estas pruebas, y ha dispuesto también el efecto que ellas han de tener sobre nosotros.
Los hombres buenos no deben esperar quedar libres de las pruebas.
Si esperan esto, quedarán decepcionados, pues ninguno de los suyos que estuvieron antes han vivido sin ellas.
Observa la paciencia de Job, recuerda a Abraham, pues él tuvo sus pruebas, y por su fe llegó a ser el padre de los creyentes.
Observa bien las biografías de todos los patriarcas, de los profetas, de los apóstoles y de los mártires.
Ahí descubrirás que ninguno de aquellos a quienes Dios hizo vasos de misericordia, dejaron de pasar por el fuego de la aflicción.
Fue establecido desde la antigüedad que la cruz de la adversidad sea grabada en cada vaso de misericordia, como marca real por la cual se distinguen los honorables vasos del Rey.
Pero aunque la tribulación es la senda de los hijos de Dios, ellos tienen el consuelo de saber que su Maestro la ha experimentado antes que ellos.
Además cuentan con su presencia y su simpatía que los animan, su gracia que los sostiene y su ejemplo que les enseña como soportar.
Escrito por: Charles Spurgeon
(Adaptado)
Ahora que terminaste de leer o escuchar, te recomendamos que tomes un tiempo para pensar y orar.
Si es necesario, volvelo a escuchar o leer.
Dios te bendiga grandemente.
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