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Si ninguno de los cristianos fuera pobre o angustiado, no conoceríamos ni la mitad de los consuelos de la divina gracia.
Cuando hallamos al viajero perdido que no tiene donde reclinar su cabeza, pero aun puede decir: “Seguiré confiando en el Señor”...
Cuando vemos al pobre que muere de hambre y sed, pero que sin embargo se gloría en Jesús...
Cuando vemos a la solitaria viuda hundida en sus sufrimientos, pero que a pesar de eso conserva su fe en Cristo...
¡Oh qué honor esas actitudes significan para el Evangelio!
La gracia de Dios queda demostrada y engrandecida en la pobreza y en las pruebas del creyente.
Los santos cobran ánimo bajo cualquier desilusión, porque creen que todas las cosas obran para su bien.
También confían que, de los supuestos males, una bendición real vendrá al fin, y que su Dios, o los liberará de las pruebas en seguida, o, con toda seguridad, los sostendrá mientras estén pasando por ellas.
Esta paciencia de los santos demuestra el poder de la gracia divina.
Hay un faro en la mar; la noche es tranquila: yo no puedo, entonces, decir si su construcción es sólida.
La tempestad debe golpear fuerte en contra de él, y ahí podre saber si permanecerá.
Así es con la obra del Espíritu.
Si esa obra no fuera muchas veces golpeada con aguas tempestuosas, no conoceríamos si es verdadera y fuerte.
Si los vientos no soplaran sobre ella, no sabríamos cuán firme y segura es.
Las obras maestras de Dios son aquellos hombres que permanecen firmes y estables.
El que quiera glorificar a su Dios debe tener presente que va a atravesar muchas pruebas.
Ningún hombre puede ser sobresaliente delante de Dios, a no ser que sus conflictos sean muchos.
Por lo tanto, si tu vida fuese muy probada, disfrútalo mucho, porque así mostrarás mejor la todopoderosa gracia de Dios.
No pienses ni por un momento que él te puede abandonar o fallar; quita tal pensamiento.
El Dios que ha sido suficiente hasta ahora, lo será hasta el fin.
Escrito por: Charles Spurgeon
(Adaptado)
Ahora que terminaste de leer o escuchar, te recomendamos que tomes un tiempo para pensar y orar.
Si es necesario, volvelo a escuchar o leer.
Dios te bendiga grandemente.
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