1 Pedro 1:16 NBLA
Porque escrito está: "Sean santos, porque Yo soy santo".
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Los que tienen hambre de santidad personal son benditos en comparación con aquellos que no buscan nada mayor que comer, beber y dar gustitos a la carne.
Los que tienen hambre de justicia ven esto como la mayor bendición bajo el cielo después de la justicia de Cristo, la adopción como hijos.
La grandeza de tu espíritu está de acuerdo a la grandeza de aquello que amas.
Un espíritu pobre y malvado se contenta con cosas pobres y malas.
Algunos se contentan lo suficiente con el dinero como para beber con sus compañeros y no tienen miras más altas a una vida bendita.
Aquellos que tienen hambre de justicia, que desean profundamente agradar a Dios no quedarán satisfechos con ninguna otra cosa.
Un deseo como ese es confirmación de que la semilla de justicia ya puede encontrarse en el.
No hay alma que pueda tener sed de justicia a menos que ya tenga alguna justicia.
Todas las cosas desean según su naturaleza.
El buey desea hierba, y el pez desea el agua.
Del mismo modo un hombre codicioso desea riquezas, un hombre sensual desea placer y un hombre ambicioso desea el honor, porque estas cosas son adecuadas a sus naturalezas.
Así pues, donde hay un deseo por santidad, ésta ya ha comenzado en el alma.
Aunque no sientan la justicia que desean, los que tienen este deseo son benditos porque en el pacto de gracia ¡Dios acepta este deseo como si fuera la obra!
Su justicia se va a dejar ver por su deseo.
Su sed de justicia es una indicación de que están en el pacto de gracia, y esto ayuda al alma en medio de todas las debilidades.
Esta sed de justicia apaga los deseos pecaminosos y corruptos.
Hacemos morir los deseos pecaminosos mediante los deseos de gracia.
La forma de hacer morir los amores despreciables y corruptos del alma es amar a Dios y amar a Jesucristo.
Reemplaza el gozo pecaminoso con el gozo del Espíritu Santo.
Pon tus deseos en la vida de Dios y sobre los principios de unión y comunión con Él y eso sacudirá tus deseos de cosas inútiles y sucias.
Tener sed de su perdón, de su aceptación, de obedecerlo en todo apaga los deseos pecaminosos y malos.
Algunas preguntas para pensar tranquilos:
- ¿Qué verdad aprendiste hoy?
- ¿Cómo vas a orar ahora?
- ¿Qué va a modificar en tu vida lo aprendido?
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